viernes, 13 de septiembre de 2013




  Mi dulce A.

  A veces la amargura me invade de forma repentina. Creo que es por la impotencia de no ser capaz de entender a la gente. No soporto la superficialidad de la sociedad, las máscaras que las personas se colocan al salir a la calle e interactuar  con los demás. Y, más aún, no soporto verme a mí mismo arrastrado a esa absurda y burda obra de teatro.

  Siento que, cuando salgo de este estudio, mi dulce A., me veo obligado a ocultar mi verdadero yo. Llegué aquí queriendo escapar, y de nuevo me veo encarcelado.

  Y en estos momentos es cuando más te añoro. Mientras esta sensación me invade, cierro los ojos y recuerdo... Recuerdo, tus manos sanadoras, acariciando mi sien y haciendo que todo pensamiento malo se desvaneciese. Y, creéme, lo hecho tanto de menos...

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