domingo, 20 de enero de 2013

Porque yo lo valgo


  ¿Cuántas veces no hemos sentido que no valemos para aquello que estamos haciendo? Todos hemos caído en esos días en los que nos repetimos constantemente lo mierda que somos, lo poco que valemos, ya sea verdad o mentira, todos hemos pasado por esos días de auto compadecernos.

  Podría deciros que lo mejor para solucionar este estado sea levantarnos, lavarnos la cara, mirarnos al espejo y decirnos lo muy mucho que valemos, pero esto sólo funciona en las películas y en las series americanas de adolescentes demasiado creciditos para estar en un instituto. Seamos sinceros, antes de pronunciar la primera palabra de nuestro bonito discurso sobre lo que valemos, estaríamos berreando cual bebé hambriento o, en su defecto, cagado. Creo que en estos momentos, hay más similitud con un crío cagado que con uno hambriento, porque así es como estamos, cagados. Cagados con lo que la vida pueda depararnos o con aquello que no podamos superar. Sea lo que sea lo que nos haga sentirnos de semejante manera, lo que menos nos va a ayudar será plantarnos frente a un espejo llorisqueando mientras balbuceamos lo mucho que valemos. Tampoco lo hará el querer empecinarnos con aquello que nos ha dejado en este estado, que, aunque suene evidente, muchas veces se nos olvida; estamos demasiado cegados por nuestra propia pena como para darnos cuenta de que dos más dos son cuatro.




  Es verdad que encontrar una solución a semejante estado puede resultar difícil, pero también es cierto que el viento en la cara, la luz del sol y las risas con los seres queridos despejan mucho. Somos seres limitados, tan limitados que necesitamos despejarnos de nosotros mismos. 

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