domingo, 21 de abril de 2013

Te levantas un día y...

  No encuentras tus gafas. Puede que una minoría [la miopía se ha puesto muy de moda] no entienda a lo que me refiero. Sin embargo, todos aquellos cegatos, topos, invidentes de la vida, necesitados de cristales culodevaso para apreciar las líneas y formas de las cosas, sabrán muy bien a lo que me refiero. 

  Porque, claro, tú te despiertas una mañana, temprano en la mayoría de los casos, aún ni ha salido el Sol, y diriges inconscientemente tu mano hacia la mesita de noche, donde se supone que la noche anterior dejaste tus sustento de vista. Pero... ¡oh, desgracia! Las gafas, mágica e inexplicablemente, han desaparecido de aquel lugar, en cierta medida, sagrado. Entonces es cuando tu mano, nerviosa, comienza a tantear por toda la superficie de la mesita de noche... todo en vano.

  Una vez que tu mente asimila que las gafas han desparecido, es cuando por fin reaccionas y abres los ojos, pero... ¡¿pa' qué?! ¡Si eres más ciego que un topo con la borrachera de Año Nuevo! [Me estoy poniendo en casos de cegatez extrema, like me]. Lo mismo te vale tener los ojos cerrados y tantear, que tenerlos abiertos, ver todos los manchurrones de colores y seguir tanteando.

  De repente, una bombilla en tu cerebro se enciende, y se te ocurre la genial idea de que, tal vez, en un intento desesperado por la libertad deseada, tus gafas han saltado al vacío. Y, efectivamente, las encuentras, tras limpiar el suelo con tus manos, junto a una de las patas de la mesilla.

  Tras encontrar las gafas, decides que es el momento de levantarse y ducharse [pese a mi incomprensión, hay gente que se ducha por la mañana. Por mi parte, yo prefiero hacerlo antes de dormir... (para los mal pensados: ducharme)]. Como es comprensible, para ducharse hay que volver a quitarse las gafas. Y, claro, mientras tú estás tan rícamente bajo el agua, tus lentes deciden que es un momento estupendo para repetir el intento de huída fallido. Así que, como es de esperar, para cuando has terminado de tu baño matutino, tus preciadas y necesitadas gafas han vuelto a desaparecer. Pero, ¡eh!, no hay que desesperar. Seguramente no habrán llegado muy lejos, volverán a estar en el suelo o, en su defecto, junto al cepillo de dientes [al menos, es donde las suelo encontrar yo].

  Personalmente, el único momento en el que las suelto y no desaparecen es cuando me maquillo. El sector femenino y miope puede que me entienda. La respuesta a esto es realmente simple. Soy tan terriblemente ciega que cada vez que me maquillo uno de los ojos, al segundo necesito comprobar si  lo he hecho bien. O es eso o acercarme terriblemente al espejo hasta chocar con él. Esto hace que a mis gafas no les de tiempo a escapar. 

  Puede que con todo esto esté exagerando un poco [venga ya.... ¡¡pero si tú nunca exageras!!], pero, sinceramente, depender de algo para ver bien es realmente jodido, y, más aún si entras en el círculo vicioso de tener que buscar las gafas sin las gafas puestas.





domingo, 7 de abril de 2013

Repesca 01

  Muy buenas, gentecilla al otro lado de la pantalla. Esta última semana la falta de tiempo, de creatividad y el mal cuerpo que me ha  dejado la llegada de la primavera me han dejado sin ánimo para escribir cualquier post digno de lectura. Pese a todo, y como ya me he acostumbrado a una subida constante todos los domingos, he decidido recurrir a la repesca. Esto quiere decir que en momentos en los que no tenga ni puñetera idea de qué subir, recurriré a post que realicé para otros blogs. De esta forma, no perderé la costumbre de subir todas las semanas, tampoco os dejaré sin lectura y, a la vez, haré un poquito de spam [el spam NUNCA es malo]
  Bueno, ya no me lo pienso más y os dejo con el post de hoy, que proviene del Blog de Dos Estudiantes, blog en el que he participado unas cuantas veces. Esta, ni más ni menos, es la primera entrada que subí en él. Espero que os guste. Besines!





   Hay una canción (que me encanta y que, desde la primera vez que la escuché, por pura casualidad, no puedo dejar un solo día de ponerla) que dice:

“Hoy voy a pensar que algo mejor
Voy a lograr mañana”

Pero… ¿qué pasa cuando sabes que mañana no va a ser mejor que hoy? Vale, algunos pensaréis que soy lo más pesimista del mundo, pero no es así. Soy de las típicas que, si algo le sale mal, pues mañana saldrá mejor, si me equivoco, pues vale, pero ya no me volverá a pasar. Si suspendo un examen, pues para el próximo estudiaré más; si me equivoco con mis amigos, sé pedir perdón; si alguien se hunde, intento tirar de él hacia arriba, aunque a veces no me funcione… Y hasta ahora sí, ha sido así… Pero hay muchas cosas que escapan a mí, cosas que no puedo cambiar, aunque daría mi cordura porque sí se pudiese. Lo siento, sueno desesperada, pero es que así llevo sintiéndome esta última semana.

Muchos creeréis que estoy así por los exámenes, o por algún mal de amores… ¡Pues no, señores y señorinas míos y mías! Ya he hecho notar antes que los exámenes no son para mí lo peor del mundo. Esto va mucho más allá de mí…

Y sí, ha hecho falta que me quede sola en mi casa para soltar todas las lágrimas que no he podido llorar a lo largo de esta semana, para que nadie me vea, para que los ánimos no se hundan más. Porque, a lo largo de estos días he estado gritando a pleno pulmón, mientras abrazaba, que todo se iba a arreglar, aunque todos sabíamos que eso era mentira,  que sólo esperábamos lo inevitable. Porque eso es lo que hemos estado haciendo a lo largo de estos meses, esperar, esperar… esperar lo que todos sabríamos que llegaría tarde o temprano. Y mientras la abrazaba, ella lloraba y yo le sonreía y le decía que todo iría bien, lo único que estaba haciendo era mentir. Pero no podía llorar, no podía dejar que nadie me viese llorar, porque entonces esta casa no sería otra cosa que un contendor de tristeza, y no hay nada peor en la víspera a lo inevitable que la tristeza.

Aun así, lo peor no ha sido tragarme mis lágrimas y sonreír mientras la pena me comía por dentro (podéis llamarme hipócrita, sí, sonreía cuando no quería hacerlo). Lo peor ha sido cuando ella ha confesado que no quería que yo perdiese mi tiempo cuidándola, concretamente, mis vacaciones, en las que había pretendido hacer algún que otro viaje. ¡MIS VACACIONES! ¡Lo que me importan a mí mis vacaciones! Lo que me importa a mí es que ya no podremos dar esos paseos que dábamos antes, cuando nos recorríamos las calles de Granada, esas calles que son frescas en verano, donde están los vendedores de especias, ni tampoco podrá ponerse a bailar conmigo mientras hacemos la comida, ni perseguirme por toda la casa metiéndome prisa cuando voy tarde a cualquier parte (todos los días, a todas partes)… Todo lo demás me importa bien poco, si he de cuidar de ella, lo haré, encantada. Ella me ha dado la vida, ella me ha hecho como soy, a ella se lo debo todo… Si por ella debo sacrificar unas estúpidas vacaciones, lo hago, si no puedo viajar, me quedo. Soy joven, tengo mucho tiempo para ver el mundo, pero madre, madre sólo tengo una, y encima, la que tengo es excepcional.

Podría contaros toda su vida, pero me faltarían palabras para decir todo lo que la admiro, imaginaos, ya me están faltando palabras para escribir esto, no sé ni de dónde narices las estoy sacando.

Bueno, creo que me estoy desviando del tema, y creo que ya es hora para ir acabando, porque, dentro de poco, ya no estaré sola en casa, tendré que volver a ponerme la máscara y sonreír. Sólo pediros perdón por aburriros con mis tonterías, y también deciros que, si bien es verdad que hay cosas que nos superan y no podemos cambiar, nos hacen daño, también es cierto que, en esta vida, el dolor, al igual que la felicidad, se da por momentos, y que esos momentos pueden cambiar de un estado a otro dependiendo de la fuerza de voluntad que tengamos. Y otra cosa no, pero fuerza de voluntad, a nosotras, nos sobra.

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