¡Sí, lo logré! ¡Tengo un
microsegundo para mí! Sí, en vez de gastarlo saliendo a la calle y respirando
un poco de aire, lo voy a invertir escribiendo esta entrada. Pero no peséis que
es porque prefiero quedarme en mi casa
con el sol tan bonito que hace fuera (no os extrañéis si mientras leéis esto
está cayendo la de Dios, es que lo he escrito el sábado xD), sino más bien que
el trancazo que llevo encima me tiene recluida en mi casa. El resfriado y los
exámenes, claro. ¿A que ahora entendéis mi euforia al tener una pizquita de
tiempo para mí?
Claro, yo ahora podría
dedicar este post a hablar de la corrupción de PP y PSOE de la que tanto se
habla estos días, o a criticar a los políticos a diestro y siniestro… Pero,
siendo sinceros, llevo dos semanas sin encender la tele, sin ver los
informativos, sin tiempo para coger un periódico, así que lo único que estaría
haciendo sería marujear, al igual que hacían las dos señoras del autobús de mi
pueblo gracias a las cuales me enteré de la noticia, y que luego se pusieron a
hablar de que si Fulanito había fenecido o si Menganita había practicado el
adulterio con vete a saber tú quién (el autobús, si eres de pueblo o barrio,
puede ser un gran aliado a la hora de recolectar cotilleos; en él puedes
ponerte al tanto de herencias, cuernos, nacimientos, amoríos e, incluso, si
tienes suerte puede que en las últimas filas, alguien sea capaz de leerte la
buenaventura en la palma de tu mano tras darte una ramita de romero. Mil veces
más entretenido que el “Mátame por Dios”).
El caso es que,
preferiblemente prefiero hablaros de algo en lo que estoy más puesta estos días
en vez de otra cosa de la que por milagro me he enterado (que sí, que es una vergüenza,
pero muchos os habrán repetido ya eso). Así que por lo tanto, os voy a hablar
de febrero. Sí, febrero, el mes más amoroso de todos, en el que se celebra el
día de San Valentín, recordado así por la gran mayoría del universo… Mientras
que para los estudiantes universitarios es el mes más vampiro de todos…
Y ahora es cuando os
estaréis preguntado que por qué mierda eso de vampiro cuando “sólo” hay
que estudiar para los exámenes globales del cuatrimestre… (que puede también
que no os lo preguntéis, pero como prácticamente me la suda y estoy escribiendo
por escribir, me voy a explicar igual). Si lo pensáis detenidamente, febrero no
solo te estresa por el dale que toma con los exámenes, te agobia con el “¡Me falta una parte! ¿Dónde coño está? ¡Si
yo la tenía por aquí! ¡Joder, joder, joder…! Ah, mira, está aquí…”, ni te
deprime hasta llegar a plantearte tu vida, y no me refiero a lo que haces con
ella, sino si realmente quieres seguir viviéndola. No, febrero no sólo te chupa
las energías y te deja en estado vegetativo, sino que además, también te quita
la luz del sol.
A ver, hagamos recuento de un día normal de un estudiante en época “febrero”: te levantas por la mañana, tempranito porque tienes que darte prisa en llegar de los primeros a la biblioteca, que en estas fechas está más solicitada que un restaurante cinco tenedores, para poder coger sitio y no tener que quedarte sin enchufe para el portátil, porque llevas todos tus apuntes en él y si se te apaga, fus, a la mierda todo. El caso es que te levantas, te vistes, preparas el macuto en el que está media selva amazónica en folios, el portátil, el cargador del portátil, el cargador del móvil (que vas a echar el día y la batería no te va a durar ni medio respiro), el termo de café, el tupper con el sustento del día, una muda limpia (¿quién no se ha perdido nunca en una biblioteca y ha tardado días en regresar?) y, lo más importante, algún tipo de arma con la que luchar por un asiento contra algún otro estudiante de alguna facultad ajena a la tuya que ha invadido la biblioteca de la tuya por razones que tú desconoces pero que, básicamente, te importan un bledo. La biblioteca de una facultad es para los alumnos de esa facultad, y si alguien piensa lo contrario es que no es universitario. Después de preparar el armamento, es cuando por fin abres la puerta de casa y, o bien está cayendo el Diluvio Universal, o está nublado, o aún no ha amanecido directamente. Te cubres hasta los agujeros de las orejas, porque sí, hace un frío que pela, y entonces es cuando comienzas el ascenso del buen estudiante hacia tu tan preciada biblioteca. Cuando por fin llegas, y tras treinta minutos buscando sitio, pese a que hacía sólo cinco cuando llegaste que la habían abierto, encuentras un hueco al cual difícilmente puedes acceder, pero lo logras. Te sientas y miras unos minutos al elemento de biblioteca que te haya tocado enfrente (de los que os hablaré la semana que viene). Él, ella o eso se siente observado, te devuelve la mirada y entonces es cuando centras tu atención sobre los apuntes.
A partir de entonces es
cuando el tiempo comienza a pasar de manera extraña, tipo de “en cinco(cuentaycinco)
minutos termino esta página”, hasta que te entra el hambre, y haces un parón de
minuto y medio para comer, no sea que nadie te vaya a quitar tu sito y tengas
que volver a ponerte en lista de espera para poder estudiar. Vuelves a tu
asiento. Miras a tu elemento de biblioteca particular, que puede haber variado
o no. Te devuelve la mirada. Te centras en tus apuntes y, de nuevo, el tiempo
vuelve a pasar de forma extraña. Y entonces es cuando empiezas a pensar, pero
no en lo que estudias, no, sino en el calor que tienes, o en el frío, o en lo
incómoda que es la silla… Ahí es cuando surge ese preciado pensamiento
atesorado en lo más profundo de nuestro ser, el de “que bien me vendría un
polvo ahora” o, en su defecto, el de “quiero dormir”. Ése es el resorte que te
hace alzarte de la silla tras haber leído a lo largo del día tres páginas,
recoger tus cosas y salir a campo abierto, para darte cuenta de que ya ha
anochecido, porque, claro, en invierno las horas de sol duran un pedo, y,
aunque sean las seis y media te toca volverte a casita con las estrellas a tus
espaldas.
Aquí es cuando llegamos a
la conclusión de que febrero te chupa la energía y además te quita el sol. Pero
de eso te das cuenta cuando, un sábado de sol resplandeciente, a las doce del
mediodía tu madre te manda a comprar pan, sales y sientes, cual vampiro, cómo
tus pupilas se derriten al contacto con los rayos del rey astro.
Y tras plantearos mi
hipótesis, es hora de irse despidiendo. Yo tengo que estudiar, vosotros tenéis
una vida, no podemos estar así todo el día. Eso sí, no os marchéis sin dejarme
vuestra propia opinión sobre febrero un poquito más abajo, que a lo mejor a
vosotros os convierte en hombres lobo, en piratas, zombies o fantasmas. Eso ya
es depende de los síntomas de cada uno.
Hasta la semana que
viene, si febrero quiere!