domingo, 27 de enero de 2013

Vampiros y apuntes


  ¡Sí, lo logré! ¡Tengo un microsegundo para mí! Sí, en vez de gastarlo saliendo a la calle y respirando un poco de aire, lo voy a invertir escribiendo esta entrada. Pero no peséis que es porque prefiero quedarme en mi  casa con el sol tan bonito que hace fuera (no os extrañéis si mientras leéis esto está cayendo la de Dios, es que lo he escrito el sábado xD), sino más bien que el trancazo que llevo encima me tiene recluida en mi casa. El resfriado y los exámenes, claro. ¿A que ahora entendéis mi euforia al tener una pizquita de tiempo  para mí?

  Claro, yo ahora podría dedicar este post a hablar de la corrupción de PP y PSOE de la que tanto se habla estos días, o a criticar a los políticos a diestro y siniestro… Pero, siendo sinceros, llevo dos semanas sin encender la tele, sin ver los informativos, sin tiempo para coger un periódico, así que lo único que estaría haciendo sería marujear, al igual que hacían las dos señoras del autobús de mi pueblo gracias a las cuales me enteré de la noticia, y que luego se pusieron a hablar de que si Fulanito había fenecido o si Menganita había practicado el adulterio con vete a saber tú quién (el autobús, si eres de pueblo o barrio, puede ser un gran aliado a la hora de recolectar cotilleos; en él puedes ponerte al tanto de herencias, cuernos, nacimientos, amoríos e, incluso, si tienes suerte puede que en las últimas filas, alguien sea capaz de leerte la buenaventura en la palma de tu mano tras darte una ramita de romero. Mil veces más entretenido que el “Mátame por Dios”).

  El caso es que, preferiblemente prefiero hablaros de algo en lo que estoy más puesta estos días en vez de otra cosa de la que por milagro me he enterado (que sí, que es una vergüenza, pero muchos os habrán repetido ya eso). Así que por lo tanto, os voy a hablar de febrero. Sí, febrero, el mes más amoroso de todos, en el que se celebra el día de San Valentín, recordado así por la gran mayoría del universo… Mientras que para los estudiantes universitarios es el mes más vampiro de todos…

  Y ahora es cuando os estaréis preguntado que por qué mierda eso de vampiro cuando “sólo”  hay que estudiar para los exámenes globales del cuatrimestre… (que puede también que no os lo preguntéis, pero como prácticamente me la suda y estoy escribiendo por escribir, me voy a explicar igual). Si lo pensáis detenidamente, febrero no solo te estresa por el dale que toma con los exámenes, te agobia con el “¡Me falta una parte! ¿Dónde coño está? ¡Si yo la tenía por aquí! ¡Joder, joder, joder…! Ah, mira, está aquí…”, ni te deprime hasta llegar a plantearte tu vida, y no me refiero a lo que haces con ella, sino si realmente quieres seguir viviéndola. No, febrero no sólo te chupa las energías y te deja en estado vegetativo, sino que además, también te quita la luz del sol.
   


  A ver, hagamos recuento de un día normal de un estudiante en época “febrero”: te levantas por la mañana, tempranito porque tienes que darte prisa en llegar de los primeros a la biblioteca, que en estas fechas está más solicitada que un restaurante cinco tenedores, para poder coger sitio y no tener que quedarte sin enchufe para el portátil, porque llevas todos tus apuntes en él y si se te apaga, fus, a la mierda todo. El caso es que te levantas, te vistes, preparas el macuto en el que está media selva amazónica en folios, el portátil, el cargador del portátil, el cargador del móvil (que vas a echar el día y la batería no te va a durar ni medio respiro), el termo de café, el tupper con el sustento del día, una muda limpia (¿quién no se ha perdido nunca en una biblioteca y ha tardado días en regresar?) y, lo más importante, algún tipo de arma con la que luchar por un asiento contra algún otro estudiante de alguna facultad ajena a la tuya que ha invadido la biblioteca de la tuya por razones que tú desconoces pero que, básicamente, te importan un bledo. La biblioteca de una facultad es para los alumnos de esa facultad, y si alguien piensa lo contrario es que no es universitario. Después de preparar el armamento, es cuando por fin abres la puerta de casa y, o bien está cayendo el Diluvio Universal, o está nublado, o aún no ha amanecido directamente. Te cubres hasta los agujeros de las orejas, porque sí, hace un frío que pela, y entonces es cuando comienzas el ascenso del buen estudiante hacia tu tan preciada biblioteca. Cuando por fin llegas, y tras treinta minutos buscando sitio, pese a que hacía sólo cinco cuando llegaste que la habían abierto, encuentras un hueco al cual difícilmente puedes acceder, pero lo logras. Te sientas y miras unos minutos al elemento de biblioteca que te haya tocado enfrente (de los que os hablaré la semana que viene). Él, ella o eso se siente observado, te devuelve la mirada y entonces es cuando centras tu atención sobre los apuntes.

  A partir de entonces es cuando el tiempo comienza a pasar de manera extraña, tipo de “en cinco(cuentaycinco) minutos termino esta página”, hasta que te entra el hambre, y haces un parón de minuto y medio para comer, no sea que nadie te vaya a quitar tu sito y tengas que volver a ponerte en lista de espera para poder estudiar. Vuelves a tu asiento. Miras a tu elemento de biblioteca particular, que puede haber variado o no. Te devuelve la mirada. Te centras en tus apuntes y, de nuevo, el tiempo vuelve a pasar de forma extraña. Y entonces es cuando empiezas a pensar, pero no en lo que estudias, no, sino en el calor que tienes, o en el frío, o en lo incómoda que es la silla… Ahí es cuando surge ese preciado pensamiento atesorado en lo más profundo de nuestro ser, el de “que bien me vendría un polvo ahora” o, en su defecto, el de “quiero dormir”. Ése es el resorte que te hace alzarte de la silla tras haber leído a lo largo del día tres páginas, recoger tus cosas y salir a campo abierto, para darte cuenta de que ya ha anochecido, porque, claro, en invierno las horas de sol duran un pedo, y, aunque sean las seis y media te toca volverte a casita con las estrellas a tus espaldas.

  Aquí es cuando llegamos a la conclusión de que febrero te chupa la energía y además te quita el sol. Pero de eso te das cuenta cuando, un sábado de sol resplandeciente, a las doce del mediodía tu madre te manda a comprar pan, sales y sientes, cual vampiro, cómo tus pupilas se derriten al contacto con los rayos del rey astro.

  Y tras plantearos mi hipótesis, es hora de irse despidiendo. Yo tengo que estudiar, vosotros tenéis una vida, no podemos estar así todo el día. Eso sí, no os marchéis sin dejarme vuestra propia opinión sobre febrero un poquito más abajo, que a lo mejor a vosotros os convierte en hombres lobo, en piratas, zombies o fantasmas. Eso ya es depende de los síntomas de cada uno.



  Hasta la semana que viene, si febrero quiere! 

domingo, 20 de enero de 2013

Porque yo lo valgo


  ¿Cuántas veces no hemos sentido que no valemos para aquello que estamos haciendo? Todos hemos caído en esos días en los que nos repetimos constantemente lo mierda que somos, lo poco que valemos, ya sea verdad o mentira, todos hemos pasado por esos días de auto compadecernos.

  Podría deciros que lo mejor para solucionar este estado sea levantarnos, lavarnos la cara, mirarnos al espejo y decirnos lo muy mucho que valemos, pero esto sólo funciona en las películas y en las series americanas de adolescentes demasiado creciditos para estar en un instituto. Seamos sinceros, antes de pronunciar la primera palabra de nuestro bonito discurso sobre lo que valemos, estaríamos berreando cual bebé hambriento o, en su defecto, cagado. Creo que en estos momentos, hay más similitud con un crío cagado que con uno hambriento, porque así es como estamos, cagados. Cagados con lo que la vida pueda depararnos o con aquello que no podamos superar. Sea lo que sea lo que nos haga sentirnos de semejante manera, lo que menos nos va a ayudar será plantarnos frente a un espejo llorisqueando mientras balbuceamos lo mucho que valemos. Tampoco lo hará el querer empecinarnos con aquello que nos ha dejado en este estado, que, aunque suene evidente, muchas veces se nos olvida; estamos demasiado cegados por nuestra propia pena como para darnos cuenta de que dos más dos son cuatro.




  Es verdad que encontrar una solución a semejante estado puede resultar difícil, pero también es cierto que el viento en la cara, la luz del sol y las risas con los seres queridos despejan mucho. Somos seres limitados, tan limitados que necesitamos despejarnos de nosotros mismos. 

domingo, 13 de enero de 2013

Para gustos, los colores


  ¿Alguna vez os han preguntado por qué hacéis lo que os gusta? Porque a mí ya van unas cuantas veces. Y jode sobremanera. ¿Qué por qué jode? Pues por el simple hecho de que la gente sea tan estúpida que le tenga que buscar una explicación a las cosas que gustan.




  Cuando algo te gusta lo último que haces es preguntarte el por qué. Simplemente lo disfrutas. Te la suda que la gente que haya alrededor tuyo no entienda el por qué (que a veces no lo entiendes ni tú), o que a ellos no les guste. Pero te molesta a más no poder que quieran una explicación lógica a por qué te gusta lo que te gusta, o al menos es lo que me pasa a mí.

  Reconozcamos que al disgusto siempre hay una explicación lógica que darle, o al menos casi siempre. “No me gustan las matemáticas porque me hago un lío con ellas”. “Me encanta escribir. ¿Por qué? Porque me gusta”. Bastante tenemos con buscarle una razón a todo aquello que hacemos para buscársela también al disfrutar por disfrutar. Aprovechemos de esos momentos en los que podemos dejarnos llevar por la irracionalidad un rato, ya sea bailando, dibujando, cantando o haciendo lo que a cada uno le guste hacer (a alguna gente son cosas realmente extrañas… digamos sacarse los mocos de la nariz… ^^). Disfrutemos de ellos tanto como podamos para cuando no podamos hacerlo cuando la vida cotidiana no nos deje. Dejemos de buscar una explicación a todo, que ya sé que el ser humano es curioso por naturaleza, pero una cosa es ser curioso y otra demasiado cotilla. No nos cuenta tanto aceptar que otra gente tenga gustos distintos a nosotros, no veo la necesidad de preguntar a la gente por qué está con la pareja con la que está, o por qué no tiene pareja, o por qué le gusta el color rojo, o el tipo de música… Simplemente aceptemos como nos vienen, tal y como son, de la misma forma que podríamos aceptar que cambien sus gustos, que les deje de gustar el azul para que les guste el violeta. Y lo más importante (y tiene gracia que lo diga yo), aceptémonos tal y como somos nosotros mismos, no nos preguntemos por qué hacemos lo que hacemos si sabemos que nos gusta, ni intentemos cambiarnos a la fuerza nosotros mismos por ponerlos al nivel de los demás, eso sólo hace daño, y para hacernos daño ya está el resto de la gente.

  Bueno, yo ya pienso que es hora de que me vaya despidiendo, que dos entradas en un día es más que suficiente, pero es lo que tienen los arrebatos de pasión, o de rabia, según se vea: no puedes desaprovecharlos, y pienso que como no suba la entrada ahora mismo, en cuando la relea en el momento de subirla, me arrepentiré, y la dejaré en borradores, o peor aún, la borraré. Así que me despido ya, esperando que aprovechéis lo que queda de día. Nos vemos en la próxima entrada (espero el próximo domingo).

Querido 2012:

  Pasaste casi sin darme cuenta, pero, si me pongo a pensarlo, tus  366 días me dieron para mucho.

  Has sido el año de descubrir mi verdadera vocación tras darme cuenta que aquello que estaba haciendo no me completaba, un año de decisiones, unas más acertadas, otras menos; has sido el año de superarme a mí misma un poquito más, de realizar colaboraciones y, en definitiva, mi año más Blogger hasta el momento; también has sido un año en el que he podido conocer a muchas (tanto por vía Blogger como por otros ámbitos) personas increíbles, cada una en lo suyo, además de personajes que ahora me son indispensables en mi día a día y a los que desearía poder ver más a menudo. Por otra parte, has sido el año en el que me he dado cuenta de quiénes serían aquellos que me apoyasen incondicionalmente en aquello que yo eligiese y quiénes han sido lo que han ido bajando de mi escenario a lo largo del tiempo. 

  De ti, pienso guardar momentos que no tengo previsto olvidar con facilidad, como aquel abrazo tan fuerte y esperado el seis de agosto, o aquel paseo interminable, o de las largas caminatas cogidos de la mano mientras charlábamos de todo y nada a la vez, o de mi primer aprobado en mi nueva carrera, de las conversaciones de casi veinticuatro horas (con esos ¿qué preferirías? tan extraños, rebuscados y que me arrancaban sonrisas), las risas con mi madre en nochebuena, los desayunos con los amigos, o los días de "estudio intenso" con todos en la biblioteca... Tampoco voy a olvidar lo menos bueno, como ese jodido veintinueve de febrero, o la vez que me desmayé frente a la puerta de la facultad, o aquella otra vez que me volví a desmayar en la puerta de la... sí, vale, mi sino es terminar muriendo frente a la dichosa puerta de la facultad...


  En lo que a sociedad se refiere, serás recordado como uno de los años más hijoputescos. Aun así, pobre de ti, que ni culpa tienes del hundimiento del Costa Concordia, ni de lo ocurrido en el Madrid Arenas, ni tampoco de que los mandamases se pasen por el forro de las chaquetas obtenidas a base de fraudes la situación de la sociedad y prefieran recortar en aspectos tan importantes como son educación y sanidad en vez de en recortar sus desorbitantes salarios. Tampoco es culpa tuya la crisis que hemos sufrido a lo largo de tus días (y de la que aún no nos hemos deshecho) que ha provocado semejante paro, fugas de cerebros y emigración de jóvenes en busca de un porvenir más seguro que aquí, de la misma forma que tampoco lo es el gran número de desahucios que a más de uno ha llevado al suicidio... No, nada de esto es culpa tuya, pero por ellos serás recordado como el año de las huelgas, las manifestaciones y del irremediable hundimiento del país. 

  Pero tú no te preocupes, aunque socialmente se te recuerde así, personalmente, cada uno de nosotros conservaremos, aunque sea, un solo recuerdo bueno de ti. No has sido ni el mejor ni el peor de los años, sólo uno que ha sido y ha pasado.

  En cuanto a este 2013 espero que mejore, tanto en las cosas buenas como en las malas, un poco, como mínimo, más, y que se llene de buenos recuerdos junto a los personajillos que quiero.

  Por lo que respecta a mis bloggeriles, nos vemos en una próxima entrada y feliz año nuevo!

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